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A 40 años del 19 de septiembre del 85

  • Foto del escritor: CV  Noticias
    CV Noticias
  • 19 sept
  • 2 Min. de lectura

El 19 de septiembre de 1985, a las 07:19 de la mañana, la Ciudad de México fue sacudida por un terremoto de 8.1 grados en la escala de Richter. Aquella mañana, la tierra se rebeló contra el olvido, dejando claro que el suelo bajo nuestros pies es más que una mera base: es un símbolo de fragilidad y resistencia. Con una furia dormida que despertó en un instante, el sismo borró fronteras entre palacios y vecindades, dejando un rastro de destrucción y dolor.



Más de 400 edificios se desplomaron, como si fueran juguetes de un niño abandonado, cada uno llevando consigo historias truncadas y vidas no vividas. Los cuerpos sepultados bajo los escombros recordaban la negligencia y promesas incumplidas. Las cifras oficiales hablaban de alrededor de 10,000 muertos, mientras que organizaciones civiles señalaban más de 20,000. En un país donde los números pueden ser manipulados, los cuerpos hablan con una verdad cruda e irrefutable.


La ciudad, sumida en el caos, se enfrentó a la ausencia de servicios: sin luz, sin teléfono, sin transporte. Pero, paradójicamente, emergió un espíritu de solidaridad entre el miedo y la rabia. De las sombras surgieron los Topos, guerreros sin uniforme que cavaron con sus manos, con valentía y determinación. Eran el eco de una ciudadanía que se unió en medio de la desesperación, construyendo puentes donde antes solo había escombros.



Mientras el gobierno de Miguel de la Madrid minimizaba el desastre y censuraba la información, emergió una conciencia colectiva. Nació un nuevo entendimiento del papel del ciudadano en la construcción de un país. El terremoto no solo destruyó edificios, sino que también derrumbó certezas, cuestionó ideologías y sembró la semilla de una nueva forma de vida en comunidad.


Y, como un cruel recordatorio, el 19 de septiembre de 2017, la tierra volvió a temblar. La memoria de aquellos días aciagos sigue viva, resonando en el corazón de los mexicanos. Porque, a pesar de la tragedia, la esperanza siempre encuentra una forma de renacer.

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